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Fecha: 04/10/2018

Retiro 4 de Octubre 2018 – Centro la Providencia

Santuario de Schoenstatt Bellavista – Carlos Padilla (Ssch)

 

 

(Lucas 10; 13-16)

      “¡Pobre de ti ciudad de Corazaín! ¡Pobre de ti, Betsaida! Porque si los milagros que se han hecho en ustedes se hubieran realizado en Tiro y Sidón, hace mucho tiempo que sus habitantes habrían hecho penitencia, vestidos de saco y sentados en la ceniza. Por eso, Tiro y Sidón, en el día del juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. “Y tú, ciudad de Cafarnaúm, ¿Crees que te alzarás hasta el cielo? Serás precipitada hasta el lugar de los muertos” (Is 14; 13)

 

      “El que los escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza, a mí me rechaza, y el que a mí me rechaza, rechaza al que me envió”

 

      Este Evangelio es muy importante, para poder entender la acogida de la Palabra de Dios a través de los profetas incluso del mismo Jesús.

 

      En el Evangelio de Mateo (12; 18-20) dice Jesús: “Así pasó con Juan, que no comía ni bebía y dijeron: ¡Está endemoniado! Luego viene el Hijo del Hombre, que come y bebe y dicen ¡Es un comilón y un borracho, amigo de la gentuza y de los pecadores. Pero, con todo, aquel que es “Sabiduría de Dios” ha sido reconocido por sus obras”.

 

      Entonces, comenzó a reprender a las ciudades en donde sus milagros habían sido más numerosos, y que sin embargo no se habían arrepentido.

 

      Estos Evangelios, correspondientes a las Misas de esta semana coinciden con la festividad de San Francisco de Asís.

 

      Francisco fue un joven hijo de una familia de comerciantes, con bastante dinero. Y él tenía una inquietud, “buscar la felicidad”. Y la buscó, primero a través de una vida licenciosa, gastando el dinero que le proveía su padre.

 

Pero esa vida, no le dio la felicidad que él buscaba.

 

      Un día, sintió el llamado de Jesucristo, que lo hizo encontrar la felicidad, de otra manera, en la mirada de Dios. Descubrió, que toda la creación era maravillosa, pues, era obra de Dios, y su felicidad, ya no fue en buscar placeres, ni en figurar, ni en vestirse a la moda, sino, en tener una mirada contemplativa de las cosas y creaturas. El comenzó a mirar las cosas con la mirada amorosa de Dios. Y eso, lo hizo feliz, de verdad. Seguir a Jesucristo, le dio la mayor felicidad.

 

      Así, entendió lo que es Amar de verdad a los hombres, por ser hechos a semejanza de su Creador, y en Jesucristo, hermanos unos de otros.

 

      También, amaba a las cosas y a los animales, por ser creaturas de Dios y las llamaba por ejemplo: hermana Luna, hermano Sol, hermano lobo, etc.

 

      Se identificó, con San Pablo, y como él, se gloriaba en la Cruz de Cristo, en cuya muerte injusta, ofreció su vida por salvarnos, obedeciendo la voluntad de su Padre. Eso lo motivó a contemplar y ofrecer su vida, a la Cruz de Cristo, y seguir sus enseñanzas y su camino de Salvación.

 

      Nos dijo, que debemos también gloriarnos en la Cruz de Cristo ¿Cómo? Aceptando los dolores, los sufrimientos, y las muertes, injustas muchas veces, porque son el camino de la Salvación, no solo para nosotros, sino para toda la Creación. Por eso, él admiraba los fenómenos climáticos, el canto de los pájaros, los animales, que con su vida, glorían al Señor.

 

      Fue tanto su identificación con Cristo, y el Amor a la Cruz, que le fue concedida la Gracia de los “Estigmas” (Como le sucedió al padre Pio) y fundó una congregación, que viviría solo de la limosna, y con pobreza (Los Franciscanos).

 

      Todo hombre, como Francisco de Asís, desea la felicidad, es algo normal, pero, lo importante es buscarla por el mejor camino, el que nos ofrece Jesús, en las Bienaventuranzas.

 

      A Jesús, lo rechazaban en los pueblos que más quería, y donde más predicó y hacía milagros. Pero, no entendían la felicidad que Él les prometía, solo, a través del amor, la humildad y el despojamiento del ego y sus pretensiones falsas, que causan la falta de caridad.

 

      Esos pueblos, tal como nos puede y nos pasa a todos, buscaban su felicidad, en la esperanza de un Mesías, que los sacaría del dominio de Roma, y formaría un Reino como David.

 

      Pero eso no era el “Plan de Dios Padre”, para Israel, sino la conversión del corazón, y buscar, en la Palabra, la forma de actuar, según la Voluntad de Dios, conociéndolo, a través de su Hijo, Jesucristo.

 

      Jesús, camina con nosotros y en cada Eucaristía se hace carne y vive en el que la recibe con fe, amor y convicción.

 

      San Francisco, sintió que Jesús, en el madero de la Cruz, le perdonó todos sus pecados y cambió totalmente su vida. EL madero atravesado (horizontal) representa a Jesús con los brazos abiertos para aquel que lo mira y el vertical, su Resurrección. Es decir, está con cada uno de nosotros, y a su vez, Resucitado junto al Padre.

 

      Es el Espíritu Santo que ilumina a Francisco y le mostró la felicidad mirando la Cruz.

 

 

      Esta es una verdad, que no solo es para Francisco de Asís, sino una revelación para todos los hombres.

 

      Así como Moisés, levantó el bastón y salvó a su pueblo del faraón, así será levantado el Hijo del Hombre para la salvación de muchos.

 

      Jesús nos mira, sabe cómo somos en verdad, por eso, tenemos que vivir, tal como somos, sin aparentar ni ante El, ni ante los hombres.

 

      A San Francisco, en el monte Avernia, se le apareció Jesús junto a una roca una vez que él, se había despojado de todo lo material, y vivía como ermitaño, alejado de todo el mundo, y le dice: “Entrégamelo todo”, y Francisco le contesta: “pero ya te entregué todo, y no tengo nada más para darte” Jesús le contesta: “Mete tu mano en tu pecho”. Francisco, tocó su pecho y de ahí salieron tres monedas de oro, que representaban, su deseo de vivir, su amor propio y su egoísmo. Era lo que le faltaba para entregarse por completo al Señor.

 

      Por eso, ante Jesús, no podemos ocultarnos. Él, todo lo sabe, y a través de nuestra vida, nos va ayudando, a desprendernos, de todo aquello que nos puede dañar, Él quiere nuestra Salvación, a través de la entrega al prójimo, mediante el Amor y la caridad fraterna. Jesús está en el prójimo, como está en cada uno y en mí.

 

      Cuando somos débiles, cobardes o egoístas, es porque así somos, y no podemos negarlo; somos Iglesia, formada por pecadores, y el Señor nos mira con Misericordia.

 

      Yo, tengo pecados, tengo debilidades y por eso me mira Jesús.

 

      Muchas veces, no nos atrevemos a mirar a Jesús en la Cruz, por vergüenza. Podemos equivocarnos, al pensar, que mis pecados, no merecen la Salvación de Jesús, o por nuestros apegos, tememos mirar a Jesús, por temor, por no ser capaces de despegarnos.

 

      Pero, las llagas de Jesús, las hemos causado nosotros, y justamente de su costado abierto por la lanza, brotó la Iglesia y con ella el Espíritu Santo; es la quinta herida de Jesús.

 

      Y cada herida, representa el sufrimiento de los hombres, porque, somos nosotros mismos los que nos herimos unos a otros.

 

      A Jesús, se le reconoce por sus heridas, y Jesús, a la vez nos reconoce por nuestras heridas y miserias. Así, las heridas nuestras, son fuente de vida y las miserias, de compasión.

 

      La más grande herida, es la de la falta de Amor. Necesitamos ser amados. Y a través de nuestra vida, desde que nacemos, algo o alguien nos dejan heridas dentro del alma.

 

      Somos creados para amar, pero hay que amar de verdad, sin demandas, ni recompensas. Y necesitamos ser amados, y si eso, no ocurre, en nuestra alma quedan grabadas, por siempre, las heridas de Amor.

 

      Muchas veces, exigimos Amor, y eso, no está bien, puede producir heridas muy fuertes, aquellas que nos cuesta perdonar.

 

      Ahí, está nuestro problema, porque, las heridas causadas por exigir, valoración o expectativas, que no son satisfechas, que son la mayoría de las heridas y desavenencias, transformamos, esas penas, en fuente de pecado y no de Misericordia (rencor).

 

      Jesús, eso lo sabe, y por eso, nos pide arrepentimiento, y darnos cuenta, que hemos, también fallado ante el prójimo. Las faltas hay que reconocerlas, para poder pedir perdón y también, perdonar a la persona que sentí que me hirió.

 

      El ego, y la soberbia, son muy fuertes, por eso, debemos pedirle, al Señor, que me proteja del mal, y que me haga, poco a poco, como a San Francisco, entregarme a Él.

 

Si Dios nos ayuda a perdonar, ahí nos cambia la vida.

 

Hay que pedirle, que seamos fuente de Misericordia para otros, y no de discordia.

 

      Jesús, para fundar su Iglesia, eligió a Pedro, conociéndolo como era y cómo se comportaría, frente a su Cruz; su cobardía, sus caídas, sus miserias.

 

      Sin embargo, lo elige, porque es pecador, y la Iglesia es formada por pecadores; y El vino, justamente, a ser cabeza de ese cuerpo, que lo formamos todos los cristianos. “Yo no vine por los santos, sino por los pecadores”.

 

      Cuando, Resucitado, se aparece, junto al lago, a Pedro, le pregunta, tres veces “Pedro, ¿me amas?”.

 

      Estas preguntas lo rompen por dentro, ¡que podría contestarle!, si lo negó tres veces. A la tercera pregunta de Jesús, después de haberle contestado, que sí lo quería, pero, con vergüenza y timidez a las dos anteriores; ¿Qué podía decirle? Solo humildemente, reconoció sus debilidades y le dice, como con piedad: “Señor, Tú lo sabes todo, Tu sabes que te quiero. “Entonces, Apacienta a mis corderos”.

 

      Eso es como para decirle, a Pedro, que no tema, que poco a poco, él va a ir cambiando, para llegar a la altura, de ser Roca firme, y base de su Iglesia, gracias al Espíritu Santo que les había prometido.

 

      El Señor, no elige a los preparados, sino, que prepara a sus elegidos, pero, no por eso, dejaremos de pecar, y él nos perdona y nos dice que perdonemos, no siete veces, sino setenta veces siete.

 

      Por este motivo, tenemos que ser piadosos con los demás, y no juzgar ni condenar, y el ejemplo más tangible, lo dejó Jesús, frente a la mujer, que fue culpada por adulterio; y le dio la oportunidad de seguir su vida, pero sin caer nuevamente en aquellos por lo cual la acusaban. (Lucas 17; 1-4)

 

      Pero, hay que tener sabiduría, frente a muchos pecados, que el Señor aborreció, como es, el dañar a los débiles, abusar de los niños y de aquellas personas marginadas (Marcos 9; 42). “Si alguno hace tropezar y caer a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería para él, que le ataran al cuello una gran piedra de moler, y lo echaran al mar”.

 

      Y en Mateo 18; 7-8 nos dice Jesús: “¡Ay del mundo, que es causa de tantas caídas! Es necesario, que se presenten estos escándalos, pero, ¡ay del que hace caer a los demás!

 

      Si tu mano o tu pie, te arrastra al pecado, córtatelo y tíralo lejos, pues, es mejor para ti, entrar en la Vida manco o cojo, que ser echado al fuego eterno, con tus dos manos y dos pies”.

 

      El Señor, le dio el poder a sus discípulos y Apósteles de perdonar los pecados, de absolver en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

 

      Todo pecado que ha sido perdonado, en el Sacramento de la Penitencia o del Perdón o Confesión, a través de un sacerdote, nos da la alegría que Pedro sintió, cuando Jesús, confió en él a su Iglesia. Y por tanto, no hay vuelta que darle, solo pasar pidiéndole la fuerza de no caer nuevamente.

 

      Si Jesús me pregunta hoy, con mi nombre: “¿Tú, me amas?” ¿Qué le contestaría, creo que me rompo y confundo por dentro, que le podría contestar? Así, de improviso, sin rebuscar ni estudiar mi respuesta, por supuesto.

 

      Posiblemente, frente a esta pregunta imprevista, le contestaríamos algo como: ¡Señor, yo rezo el Rosario, o Señor, yo no falto a Misa los Domingos! O Señor, yo pago el uno por ciento.

 

      ¡Pero eso, es nada que ver! No es la respuesta que me pide el Señor, y el uno por ciento a la Iglesia es, para que se mantenga y pueda hacer a su vez caridad y formar sacerdotes que sean testigos de Cristo.

 

      El Señor, cuando nos pregunte, si lo amamos, creo, que contestaríamos, igual que Pedro, con tristeza: Señor a pesar de mis miserias, mis malos comportamientos, mis rabias, o mi falta de fe: ¡Yo te quiero, y Tú me conoces y sabes cuánto te quiero!

 

      Jesús al preguntar ¿me quieres? Con amor me está mirando a los ojos, y le hace con Amor.

 

      Siempre al orar, Él me hace esa pregunta, porque el Señor, quiere sentirse amado en el amor verdadero que cada uno de nosotros, sentimos por el prójimo. No solo con los de la familia. Y dice el Señor “Porque hasta los malvados aman a los suyos”. Debemos amarlo de verdad, en el Prójimo, incluso, en el enemigo.

 

      La falta de amor hacia el prójimo, es la que nos hace pecar a nosotros, pues provoca una reacción negativa en los demás. Faltas de amor es sinónimo de falta de caridad y comprensión. Es negarse a dar ayuda fraterna a los otros.

 

      Por eso, es que, cuando un pueblo se revoluciona, es porque no ha sido atendido, respetado, ni escuchado por los que están gobernando.

 

      La falta de Amor, provoca rebelión por amargura. Por eso, el que no Ama, peca de egoísmo.

 

      Amar a una persona, no significa estar siempre pendiente de ella, a no ser que sea un hijo o un padre o madre. Amar, significa dejar el yo, para ir al otro, en caso de que mi aporte sea necesario.

 

      Amar, también es comprender y orar por los que sufren, aunque no lo conozcamos, y no ser indiferentes frente al dolor ajeno.

 

      Y como vimos, anteriormente, el amor se da, nace de uno, del corazón, es algo que sale del “yo”, para entregarse al “tu”. El amor no se exige, no se obliga. El amor, es una Virtud que Dios nos infunde en el alma, y que tiene que ser alimentada, desde que nacemos, como son la Fe y la Esperanza.

 

      Como el Amor, es una virtud que Dios nos infunde como semilla, en el corazón, tenemos que entregar a Jesús esas heridas que tenemos y nos bloquean, como ser: rechazos, desprecios, no sentirse valorado, sentirse invisible para los otros, es decir, no tomados en cuenta.

 

      Por eso, que es importante, mirar a Cristo en la Cruz, cuyas heridas, son mis heridas, causadas por personas, o por falta de cariño, o por padres que abandonan a sus hijos, o por ser maltratados desde niños; en las escuelas, en el hogar, o violaciones de todo tipo.

 

      Al mirar a Jesús, también escuchemos lo que dijo antes de morir: ¡Perdónalos Padre! Porque no saben lo que hacen!

 

      Nosotros, somos seres humanos, que queremos buscar la felicidad, y eso, el Señor lo sabe y es lícito. Y, en el fondo de nuestro ser, andamos con deseos de que nos reconozcan, que vean y nos feliciten por los logros, y eso es desde niños. Queremos hacer cosas importantes, cambiar el mundo, valer para los demás, que nos reconozcan, por ser buenos.

 

      El rechazo de parte de los otros y los desprecios (bullying) nos hacen sentir, aparte, raros, y solos.

Jesús, en la Cruz, experimentó esa soledad, se sintió abandonado, olvidado, herido.

 

 

      Pero, tengamos en cuenta, que estos sentimientos de soledad y rechazo, son frutos de otros, del prójimo y también yo mismo(a) los he causado a otros.

 

      Hay otro tipo de heridas: como la falta de libertad. Por ejemplo, deseos de hacer nosotros lo que hacíamos y ahora no podemos, y nos sentimos amarrados, a una vida, en la cual, debemos obedecer órdenes, para recibir beneficios, o elogios, o una paga, y si no lo hacemos, perdemos los beneficios.

 

      Sentirse así, como esclavo del deber, va empobreciendo el corazón del hombre. El trabajo, debe ser bien remunerado, eso sí, para que se haga con ganas y con amor. Como también, hay trabajos, que no son pagados, con dinero, son hechos libremente, con Amor, sin esperar reconocimiento, ni salario. Eso, hace feliz al hombre, cuando hace trabajos para los otros, para el Señor, como: obras de caridad, trabajo voluntario en hospitales, en parroquias, en movimientos de formación cristiana o los bomberos (de Chile) y tantos más.

 

      Sin embargo, hacer esto último, para esperar recompensa, no es trabajar libre, sino para su propio ego.

 

      Y para no sentirnos frustrados, frente al Amor de Dios, porque nos es difícil actuar con amor y devolver, al prójimo, el Amor Divino que recibimos cada día, recordemos las palabras de San Pablo: “Quiero hacer el bien que no hago, sin embargo hago el mal que no quiero”.

 

      Para vivir haciendo el bien, y en libertad, aunque nos sintamos presos o esclavos de las circunstancias, recordemos y guardemos, en el corazón, las palabras de Jesús: “Vengan a mí los agobiados, y unan vuestras cargas a mi yugo. Porque mi yugo es liviano, y mi carga ligera”

 

      La Cruz de Cristo, es eso para nosotros, es el yugo que nos ofrece, para que nuestras cargas sean más llevaderas. Porque Jesús, recibió de su Padre, un plan de Salvación, por medio de esa Cruz; y se realizó, para que cada uno VALORICE sus traumas, sus sufrimientos y comprendan que son medios de Salvación.

 

      Y, ¿Por qué nos salvan?, porque nos hacen ver al prójimo, a través de los ojos de Cristo, en la Cruz, con AMOR. Porque, quien no ha sentido penas, ni frustraciones, ni desengaños, ni enfermedades paralizantes, no comprende a su prójimo sufriente.

 

      La Cruz de Cristo, es para la Resurrección y la Vida Eterna, para cada uno, que lo mira con amor y admiración, y siente, que las heridas de Jesús, son tan enormes, que las propias, no las puede comparar con las de Él, y más encima, nos pide que carguemos las nuestras, junto a su yugo, su Cruz.

 

¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero!

      El Señor elige al más duro, más intransigente, más débil y cobarde frente al sufrimiento, para trabajar con Él, y fuera base de su Iglesia.

 

      Todos nosotros somos como Pedro, nos elige y nos perdona setenta veces siete nuestras ofensas y miserias y nos pregunta: ¿Me quieres? Diariamente.

 

      Me ama, y confía en mi debilidad, porque de ahí brotará la Fortaleza que el Espíritu Santo otorga a los débiles, pero con Fe y Amor hacia Él.

 

      Él me pide, mis ojos, para poder mirar a los demás, mis manos, para trabajar y acariciar a los demás, mis pies, para caminar firmemente y poder ir a otras orillas, sin discriminar.

 

      Y: en mi debilidad me da Su Fortaleza y Valentía; Fe, para vivir feliz, en medio de las alegrías y cruces de esta vida.

 

      Esperanza, por saber que Él está conmigo por toda la Eternidad.

 

      Y Amor, por sentirlo que vela por mí y por cada uno, y que está dándome cariño en todas mis decisiones, para entregar su Amor, a los que no lo conocen. Y con Amor, me envía a preparar el terreno para su venida, sintiéndome en mi debilidad muy importante para Él. Con eso me basta. ¡Gracias Señor!

 

Preguntas:

 

  1. ¿Qué le contestaría a Jesús si me preguntara personalmente si lo amo?
  2. ¿Qué entiendo por Amar libremente a Jesús?
  3. ¿Cómo puedo responder a la Misericordia de Dios para conmigo? Y ¿Qué Misión siento que me ha dado?
  4. ¿Cómo es mi reacción frente a una persona que siento que me hiere o me daña de alguna manera?
  5. ¿Tengo Fe en la Divina Providencia, de tal manera de decir: “Hágase Señor tu Voluntad”?
  6. ¿Entendemos lo que representan las heridas y dolores de Jesús en la Cruz? Y ¿Cuáles heridas y sufrimientos han marcado mi vida? Y ¿Qué alegrías y regalos de Misericordia me ha otorgado el Señor?
  7. ¿Cuándo voy a Misa, es por obligación, costumbre o necesidad por Amor a Jesús y a su llamado?